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· Hay que renovar el sentido del sacramento de la
Reconciliación: es reconciliarse con Dios, contigo misma y con los hermanos.
No debemos llamarla confesión, es mucho más que eso.
· El hijo con el Espíritu Santo son creadores
conjuntamente con el Padre. El Padre con el Espíritu Santo son salvadores con
el Hijo. Y el Padre y el hijo actúan conjuntamente con el Espíritu Santo.
· En la Reconciliación acoges plenamente la redención
del Señor.
· Cada Reconciliación es una conversión, es venir como
una pobre a que el Señor te renueve, te llene de sus dones, te de su calor…
· Jesús es tu director espiritual, en la
reconciliación, es Jesús el que va a ella en ti, y también es Él el que está en
el sacerdote. Los dos juntos sois Jesús. La Reconciliación te hace más Jesús.
· Aprende a decir al Señor cuando estés con personas:
“Pon tú las palabras en mi boca, que seas tú en mí para ellas y en ellas para
mí.
· Porque no dejas de dirigir a quienes estableces en
el sólido fundamento de tu amor… Es cierto que tu director es Jesús, yo solo te
ayudo a que Jesús sea tu director. Cuando hayan pasado días y no puedas acudir
a la dirección, acude al Señor y dile: “Señor, vengo ante ti para que me
dirijas”, y el Señor vendrá y te dará lo que necesites en ese momento, porque
es cierto que si pasan más de quince días, o más de ocho días incluso, uno se
va enfriando y no se ve ni lo bueno, ni lo malo, ni siquiera tus propias faltas
y pecados.
· La Reconciliación es un sacramento con una presencia
especial del Señor. ¿por qué no recibirlo con frecuencia, como la Eucaristía?
Los santos la necesitaban todas las semanas, e incluso algunos todos los días.
· Aunque realmente se te perdonen los pecados veniales
por la Eucaristía, la oración, una buena obra… y solo sea necesario en caso de
pecado mortal, es un sacramento precioso ¿Por qué no hemos de recibirlo con
frecuencia?
· Necesidad de Reconciliación frecuente: es porque
necesitas crecer, porque necesitas más del Señor y en la Reconciliación creces.
Al venir a la Reconciliación tú me ayudas a ejercer mi ministerio sacerdotal.
· Yo me alegro cada vez que vienes a la
Reconciliación. Lo mismo tienes que hacer tú porque vienes a que el Señor te
revista de sí mismo. La Reconciliación es una fiesta. Alégrate, vístete y
arréglate para el Señor.
· En la Reconciliación expresa también lo bueno que el
Señor hace en ti y a través de ti, y llénate de gozo y alábale por ello, eso no
es soberbia.
· Lo más importante es que seas libre, libre ante el
Señor, libre ante los hermanos, libre antes las situaciones. Para la libertad
hemos sido creados.
· El pecado de omisión es darte cuenta de que debías
actuar de cierta manera y no hacer nada.
·
¿Qué es el pecado? Es la separación de Dios, la
separación de uno mismo, la separación de los hermanos, la infelicidad. Jesús
en la cruz experimentó la separación de Dios, siendo él mismo.
· No hables de cosas que luego se puedan propagar eso
es calumniar aunque tu intención no sea esa.
·
No tienes que pedir perdón por aquello que eres,
sino por aquello que has hecho. Ante tu pobreza, tu miseria, tu incapacidad,
pídele que venga Él a poner sus virtudes, las que son contrarias a tus
miserias.
· El sentirte pecador aunque no sepas en ese momento
no sepas de qué pecado, es porqué cada pecado del mundo es tu pecado. Aunque
solo hubiera un pecado en el mundo, ese sería tuyo; si vives en Jesús. Jesús ha
cargado con los pecados de cada hombre. “A quien no conocía pecado, Dios le
hizo pecado por nosotros” (2 C0 5, 21). El pecado de tu hermano es tuyo, por
eso no podemos juzgar.
· Y viendo la fe de ellos… Por tu fe, por tu oración,
El señor cura y perdona los pecados de tus hermanos.
·
El pecado de todos los hombres es tuyo en el Señor,
por eso puedes pedir perdón por ellos.
· Para que haya pecado es necesario que se cumplan
tres condiciones: conocimiento de su gravedad, consentimiento y libertad.
·
Las faltas se te perdonan con los sacramentales, con
un rato de oración, con la Eucaristía, la comunión, el agua bendita, un acto de
amor al Señor, una buena obra, una visita al Santísimo…
· El dolor de los pecados: que no sea por miedo al
infierno (atri- ción) sino por amor (contrición).
· Cada vez que te vengan a la memoria recuerdo de
pecados o situaciones del pasado, dale gracias y adórale por su Pasión y Muerte
para redimirte, y por haber estado presente amándote incluso en ese mismo
momento de pecado. Dale tus pecados, si te quedas con ellos dándole vueltas le
haces seguir allí, en la cruz por ti. Déjale bajar ya de la cruz.
· Cuando en la dirección espiritual, en la
Reconciliación, principalmente buscas respuesta a asuntos técnicos, lo que
obtienes es cultura, cuando tratas de los asuntos de “dentro” lo que obtienes
es vida y la vida; convierte.
· El purgatorio y el infierno no se sabe cómo serán,
pero sí es seguro el sufrimiento, el dolor de estar separado de Dios.
·
Necesitas venir a la Reconciliación para que el
Señor te convierta, te renueve, te transforme en Él mismo por medio del
Espíritu Santo y te lleve al Padre. No digas: “Es que es siempre lo mismo”,
aunque sean parecidas las dificultades, cada día es diferente, cada día es
nuevo.
· Si estás débil y tienes ganas de llorar, pues llora
y dáselo al Señor. Abre tu corazón al Señor y Él viene con su fortaleza. Vienes
aquí a buscar la fortaleza, cree, el Señor te la da, y alábale.
· Jesús te hace partícipe de su divinidad y cuanto más
acudas a Él, cuanto más te abras a Él, cuanto más acudas a la Reconciliación,
más se hará presente en ti, más te harás participe de su divinidad. El vestido
nuevo que me pone el Padre en la Reconciliación es su Hijo Jesús.
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